viernes, 28 de septiembre de 2007

Ésta entrada, va dedicada a un amigo que me hizo recordar cosas que hace tiempo dejé de experimentar:

Viviendo en las nubes…

Se dice que con el tiempo las personas se dejan de extrañar, los rostros se olvidan, las esencias desaparecen. Me pregunto si será cierto.

No hace mucho, encontré una parte de mí que estaba perdida en la inmensidad de mis recuerdos. Pensé que era un espejismo, un engaño de mí mente.

Yo, estaba sentada en la banca del parque, observando el ir y venir de los autómatas sociales: gente con bolsas del mandado, niños corriendo tras una pelota, parejas besándose en cada rincón. Platicaba con mi madre, de las cosas de la vida, en un momento de silencio un extraño se acercó a mí, se sentó a mi lado y me sonrió. No tardé mucho en reconocer su mirada y sonrisa; sin pensarlo dos veces le saludé. Intercambiamos oraciones simples, lo común cuando no ves a una persona en mucho tiempo; tras un rato de casi-monosílabos él se fue con la promesa de un futuro encuentro.

Extasiada tras el primer contacto, me retiré a mi casa.

Pero no es al primero ni segundo encuentro al que dedico estas líneas; el tercero es el afortunado.

¿Cómo describirlo? Un día lleno de inolvidables memorias.

Se dice que las cosas más simples suelen ser las más hermosas; y concuerdo con eso. No fue necesario un restaurante lujosos, ni una ida al cine; sólo él y yo en la inmensidad del mundo, observando las nubes y recordando viejos tiempos.

No es necesario decir que esto nunca lo olvidaré. Me dio la oportunidad de cambiar una tarde de simpleza por una de sorpresas y sobre todo de ver las nubes y recordar que yo un día viví en ellas.

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